No pudo ser. El título mundial de baloncesto no ha sido revalidado. La impresionante racha de éxitos de los últimos cuatro años se ha cortado. Tenía que suceder en algún momento. Y ha sido ahora.
Pudo haber sido de otra forma. Teodosic pudo haber errado en su lejanísimo triple y quizá hubiésemos entrado en las semifinales y a partir de ahí aspirar a todo de nuevo. Es cierto. Pero tambien hace cuatro años Ginobili pudo haber acertado con su tiro y dejarnos fuera de la final de Saitama o, más triste aún, Inglaterra nos pudo haber apartado, todavía en la fase de grupos, de la gloria europea en Polonia. Nada de ello sucedió. Fuimos campeones en Japón y Polonia...pero no en Turquía.
La suerte influye. También sería preciso tener en cuenta ausencias y lesiones, estados de forma y, quizá, decisiones técnicas. Pero, como no creo, como además no quiero creer en ningún final de ciclo, me pregunto, más bien, cómo nos afectará este resultado en el futuro. En Lituania, en Londres.
La suerte es impredecible y, a estas alturas, las lesiones y estados de forma también. Me pregunto, más bien, por las consecuencias psicológicas de esta decepción, quizá de este fracaso.
Algunas de las características no técnicas que han aúpado a esta selección a lo más alto de los tronos mundiales y europeos van más allá de su innegable talento y tienen que ver con el espíritu de equipo, con el carácter ganador, con la ambición y con la confianza en las propias posibilidades.
Y creo que son estos los dos factores relevantes en este caso: la ambición (el hambre de triunfos) y la confianza los que pueden resultar afectados. Pero, de cara al futuro, no necesariamente de forma negativa.
Quizá habíamos ganado tanto que la confianza estaba, inadvertidamente, derivando en suficiencia y, quizá, el hambre de triunfos estaba algo saciada, ahíta de tanta medalla en los últimos años. Tal vez nos faltaba algo de tensión, de ilusión, de épica.
A nadie le gusta perder, a todos decepciona un sexto puesto cuando se aspiraba, creo que con fundamento, al oro. Pero quizá esta decepción pueda servir para que disminuya algún puntito la autoconfianza. La derrota puede servir para valorar más la victoria y provocar el hambre de triunfo, de revalidar viejas glorias y obtener la que nos falta: la olímpica. Quizá, el asalto al próximo campeonato volvamos a verlo como una hazaña propia de héroes; quizá perdiendo un poquito de confianza recuperemos el hambre y la furia, la lucha y la épica.
La próxima cita, en Lituania.
Mundo Azul
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Hace 3 meses