Hoy he vuelto a correr.
Tras unas semanas en que, por un motivo o por otro, no tenía la voluntad o la oportunidad, hoy he vuelto a correr. He saltado al tartán con esa especie de alegría, que tiene un algo de inconsciente, con que afronto el ejercicio físico.
Pero el placer ha sido breve. Pronto he sentido la punzada de la fatiga, el aviso de unos músculos y un corazón que ya no quieren, que ya no pueden con el esfuerzo. He sentido la pulsación acelerada, la respiración agitada y quejumbrosa, el chirrido de articulaciones desgastadas, el cansancio de músculos debilitados.
Y entre gemido y gemido, mi mente, lo único que probablemente permanece joven, ha volado hacia cielos pasados, ha deseado el retorno de esa sensación de plenitud que otrora sintiera en el tartán o en el parquet, ese calor que era energía, el esfuerzo como realización y épica. He sentido fáusticos deseos de vender algo a cambio de volver a sentir la sensación de antaño, o de obtener, cual moderno y deportivo Dorian Gray, los beneficios de una juventud eterna.
Nada de eso ha ocurrido. He terminado, sudoroso y agitado, el recorrido fijado. Me he detenido. Las pulsaciones, ciento setenta y cinco, ciento cincuenta, ciento treinta...se han ido estabilizando, la respiración calmando, el cansancio amainando. He alcanzado el equilibrio...y he sonreído. Aunque gimiente, la épica del esfuerzo deportivo ha tenido final feliz.
Un sentimiento de satisfacción se ha apoderado de mi, una sensación de realización diferente, al aceptar el paso del tiempo, al comprender que quien ha estado hoy en la pista no era un hermoso caballero eternamente joven sino el hombre maduro y ya algo castigado en que me he convertido. Quien se ha esforzado hasta el borde de la asfixia hoy sobre el tartán no era Dorian Gray...sino su vivo retrato.
Mundo Azul
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Hace 3 meses