La élite, la fama, el éxito... objeto de deseo, de admiración y, quizás, de miedo.
Algo así como una utopía, un ideal inalcanzable, que contemplamos de lejos, que nos motiva e impulsa pero que, como todas las utopías, nunca se alcanza.
¿Nunca?
No es cierto. Sí que se alcanza... a veces. La élite existe. El éxito existe.
Y, tal vez, si las circunstancias nos son propicias, la podemos contemplar, la podemos casi tocar, entre admirados y sorprendidos.
Cuando este post se publique, Ángela Salvadores habrá recibido de manos de SSMM los Reyes, el premio Princesa de Asturias Doña Letizia como deportista menor de 18 años, dentro del marco de los Premios Nacionales del Deporte.
Ángela lleva muchos años destacando en la práctica del baloncesto, pero especialmente en el último año, y tras su excelsa actuación en la final del campeonato del mundo femenino Sub 17, del que fue nombrada MVP, ha saltado a la fama, a los medios especializados y a los de ámbito general.
Ángela, tan joven y con tanto futuro, es ya élite del deporte nacional e, incluso, internacional.
Amo el baloncesto desde hace muchos años. Lo practiqué con devoción y esfuerzo y, aunque ya no lo haga, siempre lo echaré de menos, muy de menos. Amo el baloncesto de élite: me emocioné en su momento con el 'boom' del baloncesto español de la mano de los Epi, Corbalán, Iturriaga, Sibilio, Romay, Fernando Martín... y en los últimos años he disfrutado con los éxitos increíbles de la generación de los Junior de oro o con la eclosión de los españoles en la NBA. Pero amo igualmente el baloncesto escolar, humilde y espontáneo, al que dedico un par de horas casi todos los fines de semana y que tantos recuerdos me trae.
Dos polos, hasta ahora muy lejanos, la élite y lo cotidiano, los focos y el patio de colegio.
La distancia se ha acortado.
Aunque éste sea un blog personal, prefiero no ser demasiado explícito en la explicación de la cercanía con Ángela Salvadores. Baste decir que la conozco desde hace muchos años y que la contemplo más como mortal que como diosa, aunque ya la vea muy cerca del Olimpo.
Y esa perspectiva me lleva a reflexionar sobre el éxito y la élite.
Me permite observar lo que ya intuía, que la élite, esa élite que percibimos como tan utópica y lejana es, en realidad, muy, muy humana, y sorprenderme un tanto por lo natural y cercana que resulta vista de cerca.
Pero me permite, también, comprobar que el éxito tiene muy poco que ver con la suerte y sólo un poquito con lo innato, que está más cerca de la vocación, la dedicación, el esfuerzo y el sacrificio que de la fortuna o el favor.
La élite es humana, pero es también especial.
Tan cercana y tan lejana, a un tiempo.
Y si las circunstancias nos son propicias, la podemos contemplar, la podemos casi tocar, entre admirados y sorprendidos.
Como en el caso de Ángela Salvadores.
Orgullo y satisfecho, pero también algo perplejo, observo con cierta distancia, esta élite, tan lejana como todas las élites pero, al tiempo, tan cercana...
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