
Tampoco puedo olvidar aquella contrarreloj en que Greg Lemmond le arrebató a Laurent Fignon el Tour en los mismísimos Campos Elíseos, en el hogar del parisino.
Y el desembarco de la 'armada española', primero con aquel Perico Delgado espectacular en la montaña y defendiéndose como podía contra el crono...y la era del rey Induráin, un corredor de otra galaxia, un ciclista que por su frialdad, por su estilo metódico y por su apabullante dominio, simplemente, no parecía español, casi no parecía humano.
Y es que todos ellos, los que ganaban y los que se lo ponían difícil, eran como dioses. Seres que se enfrentaban a hazañas imposibles, que llevaban el cuerpo al límite de la resistencia, que sufrían, que se retorcían, que luchaban hasta la extenuación...y luego ganaban... o no. Pero siempre héroes, modernos dioses sobre ruedas.
Y con esos recuerdos, contemplo entristecido la situación actual de tan bello deporte, el contínuo espectáculo de denuncias de dopaje, de carreras que se ganan o pierden en los laboratorios y los despachos, de las enormes sombras de dudas sobre los corredores y los equipos, sobre el ciclismo en general.
Y es que los héroes y los dioses deben estar de capa caída, deben estar en su ocaso. No puedo imaginarme a Zeus tomando eritropoyetina antes de encerrar a los Titanes. No puedo pensar en Aquiles venciendo a Héctor ante las murallas de troya, no con el uso de su lanza, sino por descalificación de Héctor debido a ingestión de anabolizantes. No, los héroes y los dioses no funcionan así.
Esperemos un nuevo amanecer de los dioses.
Mundo Azul