Fue el cinco de Febrero. Mientras Hillary Clinton y Obama se las 'tenían tiesas' en las primarias del partido Demócrata, un chico de San Boi, Pau Gasol, se enfundaba por primera vez la camiseta de su nuevo equipo, los míticos Lakers de Los Angeles.
Fue en New Jersey, y como el equipo jugaba fuera de casa, tocó ponerse morado, tocó la segunda equipación de los Lakers, tocó dejar para otra ocasión la camiseta amarilla.
Pero el color de la camiseta debió ser un buen presagio porque, a pesar de acabar de superar sus molestias en la espalda, a pesar de haber entrenado una sola vez con sus nuevos compañeros, a pesar de no conocer apenas los sistemas de los Lakers, Pau firmó su primer doble-doble y anotó 24 puntos. Gasol vistió de morado y se puso morado en la pista.
Dicen los que lo vieron que a Pau se le veía ilusionado, como si acabase de empezar su carrera en la NBA. Dicen que lucía una alegría casi infantil. Y este Pau nos gusta así, un enorme deportista, una estrella de la NBA y probablemente el mejor jugador español de todos los tiempos, pero sencillote, amable. No parece una superestrella de la NBA sino un muchachote que te podrías encontrar en la calle marcándose unas canastas.
Pero en la pista es otra cosa. En la pista toca el trabajo y la garra. En su último partido contra Orlando Magic, se volvió a poner morado, 30 puntos. La hora de Pau ha sonado. Jugando en uno de los equipos de más tradición y potencial de la NBA, jugando en unos Lakers que traen recuerdos de Magic Johnson o Kareem Abdul-Jabbar, nada está vetado, nada está fuera del alcance. Y mientras en el palco del Staples Center las estrellas de Hollywood lucen su glamour, abajo, en la pista, nuestra estrella se bate el cobre, nuestro Gasol se pone morado.
Mundo Azul
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Hace 3 meses
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