En esta mañana de domingo, he presenciado una escena, quizá sin importancia, pero que me ha llamado la atención:
Salía de paseo con mis hijas y, en una esquina he visto a un chico de unos treinta años que tocaba el acordeón, supongo que como un reclamo, quizá mejor decir, una excusa para justificar las monedas que los viandantes, más atentos a la compasión que al arte, pudieran dejarle caer en la caja del instrumento.
Pero lo singular era que, a su lado, se encontraba un anciano, bien trajeado, y que, aparentemente, la daba lecciones de música y ritmo. El anciano hacía movimientos armoniosos con un brazo y una pierna y, por lo acompasado de dichos movimientos con la música del chico, deduzco un verdadero conocimiento musical por parte del inesperado maestro del joven.
El acordeonista, creo, no sabía si hacer caso al viejo o no. Probablemente le resultaba cargante y ahuyentaba la misericordia ajena...pero qué hacer.
No pude oír la conversación de la singular pareja (aunque debo reconocer que lo intenté cuando pase a su lado). Puede que interprete mal la escena (en el fondo no sé del todo cómo interpretarla) pero hay algo en la situación entre lo tierno y lo patético, entre lo profundo y lo cómico.
No sé,...creo que es con este tipo de material con el que se construyen cuentos y novelas; creo que un buen escritor sabría sacar mucho jugo de la escena y construir toda una historia alrededor de ella.
Yo me contento con hacer un 'post' en mi blog.
Mundo Azul
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Hace 3 meses
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